Narrativa

LA LENGUADEMIA

Baba-o-bak canta la peste. Baba-o-bak, baobak, babobak, bokabab. En todos mis doce años, tres meses y veinte días de vida jamás había escuchado semejante monstruosidad, y eso porque no me dejan ver películas de terror “en la casa”. Tal vez lo han escuchado como algo que le pasó al amigo de un amigo, pero les voy a contar mi experiencia de primera mano, en este caso la izquierda porque soy zurda. En efecto, voy a contarles toda la historia… de lo que recuerdo, porque sucedió hace como seis meses, o ¿fueron tal vez ocho? Tampoco lo habrán escuchado en las noticias porque se fue tan rápido como vino. Ese día algo malo iba a pasar, era martes de pancakes y a mi mamá se le olvidó hacerlos. Sirvió huevos revueltos con cebolla y tomate, como los lunes, un día que no le gusta a nadie (y me incluyo entre esos nadies). En la ruta del colegio, Juanita se sentó adelante, como la buena niña que no era, y dejó a nuestro grupo en el fondo con una serie de preguntas: ¿Qué trataba de probar? ¿Tenía mal aliento o tramaba algo con la monitora, la señorita Rueda? La música vieja en la radio desentonaba con nuestro usual Pop contemporáneo. ¿Cómo se empieza el día sin levantarse el ánimo con Billie, Taylor o Dua Lipa? Tanta mala señal daba para amargarnos el día, pero no imaginábamos, en nuestros más recónditos sueños de BTS, lo que todavía faltaba. Tan pronto entramos al patio principal, vimos a las de noveno envueltas en una acalorada discusión que azoraba volverse pelea. Como la mayoría, nos fuimos a “investigar”, y a medida que nos acercábamos, los gritos ganaban fuerza, pero perdían coherencia. “¿En qué idioma hablan?,” preguntó Juanita al despejar la teoría del mal aliento. “No suena a un idioma de verdad, suena inventado,” dijo Jazmín. “¿Acaso no todos los idiomas son inventados?,” le respondió Sonia con sarcasmo. “Ja, ja, ja… pero cómo me haces reír,” le devolvió la observación con la misma actitud. Les pedí que hicieran silencio y dejaran escuchar, pero era inútil, hablaban como si escupieran comida, cual especie extraterrestre: Baba-o-bak, baobak, babobak, bokabab. Al parecer era una broma entre ellas, pero pronto las de octavo y un par de las de décimo las siguieron. Baba-o-bak, baobak, babobak, bokabab. Parecían frustradas, como si quisieran comunicarse con esos galimatías , así que buscaban a otras a quienes dirigir su incomprensible discurso, y estas a su vez arrancaban también con el baba-o-bak, baobak, babobak, bokabab. A cada una de nosotras la asaltaron entre varias para contagiarnos con su jerigonza . Por fortuna, ninguna terminó como las otras. No hacían más que repetir lo mismo una y otra vez, y cada vez más rápido con mayor desesperación. Espuma por la boca, ojos inyectados de sangre, y Sonia dijo luego haber visto a una con humo que salía por los oídos, pero ella tiene cierta tendencia a exagerar. Los profesores llegaron a poner orden, pero como es usual, tampoco sabían lo que sucedía. Ramiro, el profe de mates, sugirió dividir a las estudiantes. Lucrecia, la profe de biología, nos clasificó entre las que seguíamos normales, las que apenas entraban en el delirio gramatical, y las que rayaban en la locura estilo “Beliebers” en pleno concierto de Justin. Los profes nos arriaron como ovejas descarriadas a un sitio diferente: las últimas, y de entrada me refiero a quien serán las primeras, al auditorio donde esperaban que las calmara la media luz de una proyección de la clásica Tiempos Modernos de Chaplin. Sentadas en el patio de butacas, se menguaban las secuelas y el peligro a continuar la repartición de corto circuitos cerebrales. A los casos menos graves, se las llevaron a la cafetería, también a sentarlas a las mesas por si el olor de la comida las distraía de su sopa de letras. Y a nuestro pequeño grupo, junto con otras extras, nos llevaron donde nos sentíamos en casa, a la biblioteca… dizque porque estaríamos en silencio. Tan pronto llegamos nos preguntaron de todo, solo faltó el nombre de nuestras mascotas (mi gato es pelirrojo y por eso se llama Catsup. Es un chiste, pregunten a quien sepa inglés). “Tiene que haber una razón para que ustedes no se hayan contagiado,” dijo Humberto, el profe de filosofía. “Pues eso es fácil, ninguna tiene celular, o no lo usa de momento,” dijo Jazmín justo cuando Sonia, jura ella, iba a hacer la misma observación. “Algunas tenemos teléfono, pero no inteligente,” dijo una de las extras que en adelante no tendrá más parlamentos. “Okay, ¿se les ocurre algo más?,” dijo Gabriela, profe de español. “Pues nosotras cuatro tenemos un grupo de lectura, acabamos de terminar la saga de Los Juegos del Hambre, y vamos a comenzar la de Crepúsculo, otra vez…,” dije sin querer sonar presumida, pero qué le vamos a hacer. El profe Humberto preguntó al resto si también les gustaba leer. Todas respondieron afirmativamente, más como por no sentirse excluidas. Los profes hablaron entre ellos, acordaron que cada una tomara un libro, y se fuera a leerle a todas las infectopalabreicas (el término es mío, gracias, o mejor “de nada”). Me llevé El Principito porque me sentía nostálgica y así reemplacé sus baba-o-bak, baobak, babobak, bokabab, con los baobabs de la historia, esos arbolitos que mantenía podados para que no crecieran y colapsaran a su pequeño planeta. Los gritos e incoherencias mermaron, y poco a poco todas volvieron a la normalidad. Si les preguntabas qué les había pasado, decían que no recordaban. Una migraña, una indigestión como después de comer mucho, pero en la cabeza. Nos dieron el resto del día libre, pero no volvimos tan temprano a casa. La historia oficial del colegio es que se trató de una breve histeria colectiva, pero no se volvió a hablar del asunto. Algunos especularon que todo se debió al tiempo que pasaban en redes sociales, pero nunca se comprobó nada. En dos años tendré permiso para tener un celular, pero no hay afán. Mi nombre se los quedo debiendo, no vaya a ser que me lo gasten. Cuando cuenten la historia, digan que se las dijo la amiga de un amigo. Es lo que se puede decir cuando lo leen de un buen libro.

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Violador

Novela (fragmento)

Todo en el mundo tiene que ver con el sexo, excepto el sexo.
El sexo tiene que ver con el poder.
Oscar Wilde
(atribuida, mas no verificada)

 

Si el noviazgo es el
PRELUDIO
a una feliz y excitante vida de pareja, entonces el matrimonio es el equivalente a la primera relación sexual. Un momento inolvidable e irrepetible que queremos extender por siempre, sentir la eternidad en un instante.
Todo comienza con la expectativa… la anticipación. Es de mañana, te levantas, sabes que es el día. Espontaneidad aparte, la idea misma, su naturaleza inevitable enciende una caldera justo arriba del vientre. La sangre hierve como el agua de la ducha, sales y observas el esmoquin colgado de la puerta del clóset. El modelo tradicional: negro, solapas en raso, chaqueta de botonadura simple, camisa blanca, zapatos acharolados y corbatín negro, o como dirían los españoles, pajarita, o en el caso de los panameños, corbata de gatito. Prefiero los términos con animales. Las mancuernas de plata son un préstamo de mi tío Julián, el último toque de distinción.
Como el preservativo, la forma más sana de vestir para la ocasión. Te recogen entre algunos familiares para llevarte a la iglesia. Te sientes como una estrella rodeada de guardaespaldas, pero en realidad creen que si te vas por cuenta propia te arrepentirás a medio camino y secuestrarás el bus hasta la frontera para solicitar asilo.
Pero es demasiado tarde. La erección en los pantalones te delata mientras se contemplan el uno al otro, primero vestidos, y luego cuando cada prenda cae una tras otra al suelo, desnudos.
Cada prenda, como cada perfecto detalle, cae en su sitio el día de la boda. La iglesia del ‘Cristo rey reprimido redentor resucitado’, donde acaban de sentarse doscientos culos, de nuevo con otros doscientos. Mitad de la familia de Rosana, y la otra mitad de tu familia, ansiosos por presenciar la ceremonia como el accidente en medio de la vía frente al que todos disminuyen la velocidad por morbo, sin detenerse a ayudar. La luz opaca a través de las vidrieras que no permite encontrar por dónde pasa el sol.
Pajecitos emperifollados con un respectivo adulto responsable para manipularlos a cumplir su papel.
Estás desnudo, vulnerable. Y es el momento de la verdad. Pero eso lo asumo porque Rosana llega a la iglesia y nunca hemos tenido relaciones. No las he tenido ni con ella ni con nadie porque he debido esperar hasta el día de hoy. Hasta la noche de hoy. La veo y ahora no quiero que el momento termine, pero por diferentes razones. La excitación se convierte en terror, la sangre hierve, pero el calor emana de un punto detrás de la cabeza. Y nuestra “sacra unión” no es menos sórdida que la primera vez cuando dos novios hacen el amor. ¿Cuál amor? La primera vez copulan como chimpancés pigmeos. Todavía no se conocen, es solo un deseo primitivo e ingenuo, de la misma forma cuando apenas han rozado la superficie del carácter de cada uno y se casan por el sexo diario… así se vuelva semanal o mensual.
La marcha nupcial arranca amortiguada por el limitado equipo de amplificación de la iglesia, que no han renovado en años. Rosana flota hacia el altar en un blanco inmaculado celestial. Para todos, un ángel en un lento descenso a la tierra en el día más feliz de su vida.
Y está decidido, la perra no pasa de esta noche. Destinos sellados con un par de anillos. El lento andar de Rosana cada vez más atenuado por la conflagración de mi mundo perfecto. Cada vez se demora más en pasar frente a las butacas de madera llenas de espectadores de otro de los tantos grotescos experimentos de la naturaleza para combinar a un macho y a una hembra.
Pero antes no era así. En el principio de los tiempos, todos los seres eran hembras, luego se introdujeron los machos para variar el proceso de reproducción, no sin antes pagar un alto costo por ello.
Amantes predestinados a la tragedia.
Dios nació mujer. Primero fue Eva y luego Adán.
Primero Rosana se tornó en un ángel caído, y luego me volví un demonio irredento.
En la noche de bodas le arrancaré las alas rotas, atravesaré su corazón con una venganza porque solo las mujeres sangran, y así la añadiré a mi colección de lepidópteros (mariposas).
Si conocieran mi secreto, en el trabajo me dirían patito feo. De un lerdo e inadaptado biólogo a un cisne negro. Porque todos los cisnes son violadores.
Soy un violador. No lo olviden: soy El Violador. Muy pronto, en la boca de miles como un rumor… algo que le pasó a la amiga de un amigo. Una nueva leyenda urbana para amedrentar a todas las caperucitas, de tal modo que no deambulen solas por el bosque de cemento.
La marcha nupcial también se ralentiza hasta hacerse inteligible mientras algunos niños intentan tararearla. En mi mente resuena el dies irae de algún réquiem del siglo XX.
Estudio los rostros de los invitados. El rango no es muy amplio, varía entre la expectativa y la complacencia. Uno que otro aburrido desentona, pero no puedo culparlos. Dios está detrás de mí en el altar, pero si fuera dios estaría afuera viendo porno en un Iphone.
¿Por qué querría casarse conmigo?
No creo satisfacer ninguno de los instintos básicos que ligan a dos individuos en el reino animal: la relación sexual o la relación social. Por mi parte, me caso para tener relaciones sexuales con la mujer que amo.
Tirar. Follar. Fornicar. Tener sexo. Escojan su eufemismo favorito entre todos los términos precariamente traducidos en los subtítulos de una película de Hollywood. La traición a otra traición.
Es la única forma, lo dice la iglesia, mis padres, la sociedad.
Soy virgen, pero no soy casto. No estoy seguro de si mis violaciones califican como experiencia sexual al nunca haber tocado a ninguna de mis víctimas.
Pero esta noche será la primera vez de verdad.
Al parecer a la primera mujer que violé fue a mi señora madre. Cuando nací, desgarré su himen que permanecía casi intacto después de estar con mi padre. El tío Julián lo confesó borracho, me tenía en una llave con el sonsonete de cuánto me quería en medio de un asado familiar.
No soy producto de ninguna inmaculada concepción.
El mundo se detiene por completo. Rosana, los ruidos, la música y todo en la iglesia a mi alrededor. Hasta el polvo danzante visible por la tenue luz multicolor de los vitrales permanece congelado en el aire.
Puedo verla por lo que realmente es.
Recuerdo cómo era antes, y tengo todo el tiempo para hacerlo. El sexo era sagrado, ella era una diosa. Por mi lado era el inútil de una familia muy católica; o el idiota útil de una familia caótica. Ya no recuerdo cuál. Graduado de Biología de la prestigiosa Universidad Nacional, con un trabajo en el departamento de investigación de la misma facultad. La conocí en la iglesia donde venimos a cerrar el círculo vicioso y a formar parte del cuerpo de Cristo.
Desde el principio, una vez más.

Fragmento publicado en ‘Botellas al mar’. Ediciones Universidad Central. 2018

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BORGES: TODO Y NADA,
BIOGRAFÍA DE UN ESCRITOR INEXISTENTE

 
“All the world’s a stage,
and all the men and women merely players.
They have their exits and their entrances,
and one man in his time plays many parts…”
Como gustéis Acto II, escena vii

En el libro El Hacedor, Jorge Luis Borges recopila una serie de textos escritos en el transcurso de treinta años, desde su época más productiva hasta después del proceso de la pérdida total de la vista. Los breves textos (breves incluso para el estándar borgiano) varían entre minificciones, microrelatos, poemas en verso y prosa, y otros inclasificables. Los temas giran en torno a la creación artística, desde la perspectiva más artesanal hasta la construcción metafísica y las implicaciones teológicas, que ya sean metafórica o literalmente, parecen mostrar a un Borges paradójico en sus creencias, lo cual se puede explicar por la evolución de los conceptos literarios del autor y la permisividad del estilo (no hubo intención inicial de publicarlos, por cuanto se podría concluir que hacen parte de su obra más personal).
El texto titulado Everything and Nothing, traducido literalmente como Todo y nada, es a primera vista una reseña biográfica del bardo inmortal, William Shakespeare; sin embargo en un examen más concienzudo se podría definir como uno de los inclasificables debido a los recursos retóricos, inclusión de elementos ficcionales y metatextuales, y el discurso filosófico.
Si nos atenemos a la descripción de Ricardo Piglia sobre la generalidad de la obra de Borges como ficción especulativa, se podría hacer el salto para clasificar al texto en cuestión como una pseudobiografía especulativa. El propósito de Borges no es de suministrar un resumen de la escasa información sobre el autor inglés, sino de reflexionar sobre los temas de la identidad desde la creación artística, y las implicaciones metafísicas, ya sea como recurso literario o insinuaciones sobrenaturales, según él mismo las refiere en la obra de Cervantes en Magias parciales del Quijote contenido en el libro de ensayos Otras Inquisiciones.
Mientras el director inglés John Madden crea una comedia digna de las del autor en Shakespeare Enamorado (1998) a partir de la pseudobiografía; y el alemán Roland Emmerich crea una tragedia digna del bardo a partir de la teoría oxfordiana de la autoría de sus obras en Anonymous (2011); Borges toma la especulativa biográfica como excusa para indagar sobre la búsqueda de identidad en un artista a través de la creación. ¿Por qué Shakespeare y no otro autor? La casi inexistente documentación sobre la vida del inglés, y las teorías a favor y en contra de la verdadera autoría de la obra, lo hacen candidato ideal para una especie de reseña biográfica de un autor que nunca vivió, un oxímoron digno de la obra de Borges.
El Shakespeare de Borges es un hombre con una temprana conciencia de un vacío interno que lo separa del resto, pero luego aprende a pasar desapercibido para encajar en la sociedad de la época. Esta condición lo lleva a buscar respuestas en los libros (estudia lenguas para ello), las busca en la imitación ceremonial (contrae matrimonio), y encuentra una consolación pasajera en su oficio (actor). Descubre en la creación artística y representación la forma de evitar la soledad y aliviar su pena existencial al permitir poseerse por el alma de sus personajes, los cuales a su vez verbalizan los cuestionamientos de la vida. Al final se retira cansado, lo cual no lo hace más feliz, para vivir el hasta el resto de sus días todavía desapercibido y solo encarnando al poeta para sus más cercanas amistades. Al final, el episodio donde encara a Dios (con D mayúscula) le revela como personaje creado por artista igual a él.
Borges no puede conocer las angustias existenciales de Shakespeare, o el contexto de los actos que lo llevaron a escribir las obras de teatro por las cuales es conocido. Mucho menos referirse a un encuentro ficticio con Dios, así los refiera como parte de “La Historia” ubicado en un ambiguo “antes o después” (Borges daría la razón a Homero –Simpsón, no el autor de la Odisea- en que dios es el mejor personaje de ficción). La razón de esto es porque la pseudobiografía especulativa de Shakespeare es en realidad la de todos los artistas y ninguno en particular. A pesar de los detalles significativos y el uso explícito del nombre al final, Borges habla de su propio vacío, su búsqueda y su condición de creador. Documentada aparece su estancia en una escuela pública a la edad de nueve, donde aprendió a no llamar la atención al ser víctima de la burla de los compañeros por su tartamudeo, indiferencia a los deportes y extensa cultura. Como el hombre del epílogo en El Hacedor cuyo dibujo del mundo se revela como un laberinto de líneas que forma su rostro, Borges toma prestado los hechos (reales o no) de la vida de un creador (tal vez el más grande junto a Dante) para velar la propia indisposición hacia la existencia que lo ha llevado a inspirar sus cuentos y poemas.
En el ensayo biográfico H. P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida, Michel Houllebecq resalta la forma como el autor de los mitos de Cthulu trascendió su misantropía al crear todo un universo de horror fantástico. Al leer la obra del escritor francés es posible descifrar que, más allá de un objeto de estudio, hay un nivel de identificación entre los dos autores. Houllebecq entiende a Lovecraft porque es como él, huraño y xenofóbico, pero gracias a ello crea grandes obras de ficción para cuestionar la realidad del mundo. De la misma forma Borges entiende a Shakespeare, pero en su texto no solo lo encarna sino deja el paradigma de la vida de cualquier creador (incluso el otro Borges), y va más allá al sugerir en la conversación con Dios que todos somos personajes creados por una deidad que nos sueña, y por tanto los artistas son a la vez todos y nadie. Pero no todo y nada como lo sugiere el título, tal vez porque Borges pensaba más en el famoso pasaje de Hamlet: ser o no ser, he ahí la cuestión. Extraordinario anuncio profético del código binario (1/0) en el cual se consigna toda la información en la actualidad, incluso nuestra identidad. El universo reducido a nuestra percepción se vuelve todo y nada cuando descubrimos ser todos y nadie.
Para concluir y enfatizar más la tesis sobre el texto como paradigma de todo creador, me permitiré recrearlo pero con la figura de Borges como centro del mismo (muy al estilo de Pierre Menard) :

Todo y Nada
Nadie hubo en él; detrás de su rostro (que aun a través de las malas fotografías de la época no se parece a ningún otro) y de sus palabras, que eran copiosas, fantásticas y ambiguas, no había más que un poco de frío, un sueño no soñado por alguien. Al principio creyó que todas las personas eran como él, pero la extrañeza de un compañero escolar con el que había empezado a comentar esa vacuidad, le reveló su error y le dejó sentir, para siempre, que un individuo no debe diferir de la especie. Alguna vez pensó que en los libros del padre hallaría remedio para su mal y así aprendió inglés, francés y alemán, tanto como cualquier contemporáneo; después consideró que en el ejercicio de un rito elemental de la humanidad bien podía estar lo que buscaba pero tardó en iniciarse con Elsa Astete Millán, y luego volvió a intentarlo con la exalumna, exsecretaria y viuda, María Kodama.
A los veintitantos años se devolvió a Buenos Aires. Instintivamente,
ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en España encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del escritor, que en una revista literaria, juega a ser otro, ante un concurso de lectores que juegan a tomarlo por aquel otro. Las tareas editoriales le enseñaron una felicidad singular, acaso la primera que conoció; pero publicada la última palabra y agotado el último ejemplar, el odiado sabor de la irrealidad recaía sobre él.
Dejaba de ser Rosendo o Pierre Menard y volvía a ser nadie. Acosado, dio en imaginar otros héroes y otras fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de cuerpo, en lupanares y cafés de Buenos Aires, el alma que lo habitaba era Erik Lönnrot, que desoye el instinto por la razón, y Emma Zunz, que aborrece a su empleador, y Juan Dahlmann, que se muere en una camilla que también es un duelo en El Sur. Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejanza del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser. A veces, dejó en algún recodo de la obra una confesión, seguro de que no la descifrarían; El otro afirma que lo soñó, pero no lo soñó rigurosamente, y Rosas dice con curiosas palabras «esta discusión me parecen un sueño, y no un sueño soñado por mí sino por otro». La identidad fundamental de existir, soñar y representar le inspiró famosas páginas.
Cuarenta años persistió en esa alucinación dirigida, pero una mañana lo sobrecogieron el hastío y la repetición de escribir tantos dobles que sueñan otros mundos y tantos desdichados intelectuales que convergen, divergen y melodiosamente filosofan. Aquel mismo día resolvió jubilarse de la Biblioteca. Antes de una semana había regresado a Ginebra, donde recuperó los árboles y el río de la niñez y no los vinculó a aquellos otros que había celebrado su musa, ilustres de alusión mitológica y de voces latinas. Tenía que ser alguien; fue un catedrático retirado que ha hecho reconocimientos y a quien le interesan las conferencias, los honoris causa y las antologías. En ese carácter dictó el frío testamento que conocemos, del que deliberadamente excluyó todo rasgo sentimental o literario. Solían visitar su retiro amigos de Argentina, y él retomaba para ellos el papel de narrador.
La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: «Yo, que tantos hombres he escrito en vano, quiero ser uno y yo». La voz de Dios le contestó desde un torbellino: «Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Borges, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie».

Referencias:
0) Todas y Ninguna.

 

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 PEQUEÑAS CRÓNICAS ROJAS

EN LA TIERRA DEL NUNCA JAMÁS

 

“Anybody with a heart votes love.”
Fluke

Todo se había ido al infierno Cuando todos los hombres y los caballos del rey no pudieron armarlo otra vez. Recibí la llamada mientras terminaba de leer el telegrama.

Tu madre está enferma. No es Grave. Recuperación Pronta. Te queremos. Tu Padre.

Le di merecida atención al telegrama, lo arrojé a la basura, y tomé mi cámara camino a la muralla antes del circo de los paparazzis. Después de todo, yo no fui quien tomó las fotos de la Reina de corazones sin su vestido de baño mientras se bronceaba al sol del rostro de bebé en medio de su luna de miel con Ricky Ricón. Los policías censuraban igual a todo ojo de cristal.

 Mala suerte, Cíclope.

La cinta amarilla cubría el perímetro restringiendo el paso, y el comisionado Gordon daría rueda de prensa:

“Humpty Dumpty se sentó en el muro,

Humpty Dumpty se cayó.”

La historia no terminaba ahí, mi instinto me decía. Conocí al sujeto y a pesar de su gran volumen no era torpe. Comenzó a rebajar unos kilos con la operación del Bypass Gastrointestinal, de la cual Miss Piggy tanto negaba por su nueva silueta. Los C.S.I. recogieron los restos de cáscara, y cuando todos se fueron me senté en el muro.

“¿Acaso va a reconstruir el accidente…?,” me preguntó el insulso de Clark Kent.

“¿Por qué mejor no se va a inventar más historias sobre el chupacabras que atacó al corderito de Mary? Además, no fue un accidente,” le dije para que no me molestara.

“¿Qué quiere decir con eso?,” me volvió a preguntar.

“A los policías se les olvidó revisar el otro lado del muro. Con mi teleobjetivo pude ver las marcas en el césped de la presión de una escalera.”

“¿Y, eso que tiene que ver?”

“Dumpty subió por este lado,” le señalé donde estaba parado.

“Lo que quiere decir que alguien lo empujó…”

“Esa es mi teoría.”

El superidiota salió a gran velocidad a robarme la historia. Si tuviera instinto exacerbado como el Hombre Araña, sabría el resto pues olvidé mencionarle otra observación. Desde donde se sentaba Dumpty se podía observar el zapato donde vivía la anciana con tantos niños que no sabía que hacer.

Al tocar a la puerta escuché un gran alboroto dentro del zapato, y por la diminuta ventana alcancé a vislumbrar un relámpago de cuero.

“¿Jack?,” dijo uno de los niñitos cuando abrió la puerta.

“No, no soy Jack, ¿lo estás esperando?,” le dije mientras veía en el fondo a la anciana que llevaba a todos los niños a sus camas con tiernos flagelos.

“Si, pero aquí todos los días se pierde un niño y la señora no se da cuenta. Ayer se perdió una Jill y antes de ayer otro Jack,” me dijo como si mañana pudiera ser su día.

“¿Qué es lo que quiere?, estoy ocupada, ¿que no ve?,” me dijo la anciana mientras apartaba al niño de la puerta de un solo latigazo.

“Quería saber si la señora vio algo extraño del día de hoy. Hubo un hom…”

“No he tenido tiempo siquiera de ver mi telenovela… ¿alguna otra cosa?,” respondió apurada, molesta por la intromisión.

“Si, uno de sus niños mencionó que desde hace algún tiempo han desaparecido niños. ¿Estaba conciente de ello?”

“En primer lugar no son mis niños, sólo vivo con ellos. Y en segundo lugar tengo tantos que no puedo estar pendiente de todos a la vez. A lo mejor se esconden o cuando crecen se van.”

Si me acorralan en un callejón sin salida voy a Woody´s. En el itinerario aparecen Jessica Rabbit, Rapunzel y Electra, mas el striptease puede esperar. En la barra me siento al lado del Juez Dread, aferrado a la botella tras su deshonrosa expulsión de la policía por aceptar sobornos de José Carioca, reconocido narcotraficante mexicano.   

“¿No estás frente a la tarima en una noche como esta?,” dije sin saludar.

“Aquí todas las noches son como esta noche. ¿En qué te puedo ayudar?,”

Hice un ademán para indicarle a Barman que le diera al juez otro trago. “Necesito algo con relación al Dumpty.”

“El huevo se cayó, fue un accidente.”

“Eso es lo que todos dicen, pero para mí alguien lo empujó. Si no sabes, entonces ¿tienes algo sobre los niños de la anciana en una Bota?”

“Sólo sé que no quieres saber nada al respecto. No vale la pena, no si quieres ser corresponsal en el infierno.”

“Conmigo no tienes nada por perder, solo una fuente de ingresos y un trago de vez en cuando.”

“Te voy a referir a una rana. Sólo canta cuando no hay nadie alrededor, ten cuidado de no dejarte seguir por nadie.”

“Todavía eres la ley, hombre. Gracias.”

“Así se han ido presidencias a la alcantarilla,” me dijo envuelto en las sombras donde sólo podía distinguir un bastón y un sombrero de copa.

“¿Acaso hasta dónde llega esto?,” le pregunté mientras unas luces destellaron por todo el parqueadero.

La Rana empezó a croar y no volvió a incorporarse hasta cuando las luces se alejaron, “Casi. A la policía le tienen un tapón de la boca al culo. Si va a sacar esto a la luz debe prepararse a perder la inocencia.”

“Los corruptos y sus andanzas no me asustan, de otro modo sería astronauta o vaquero.”

“Este asunto es un agujero negro… un agujero negro y revelaciones.”

La Rana me había dado un nombre: Barney, el dinosaurio.

Hay tipos enfermos en este mundo… y este lagarto púrpura había sido enviado a la unidad psiquiátrica de la correccional estatal por violar a la pandilla de los Teletubbies. No es que no se lo merecieran los pequeños bastardos, pero la historia recorrió todos los medios por su bestialidad.

El pederasta estaba como un fósil frente al televisor. Me contó entre calmantes y antipsicóticos los enormes pasos de su vida, desde sus días de fama, su adicción al juego y las carreras de pequeños ponis; hasta cuando comenzó a desarrollar una insana fascinación por menores de edad. Había un lugar pocos conocían donde pervertidos como él podían satisfacer sus obsesiones. Una casa hecha de dulce donde una bruja vendía horas de sexo con Hansel y Gretel, Ricitos de oro y las Chicas Superpoderosas, entre otros. Tan interesante era el servicio como su clientela, entre políticos y otras personalidades con suficientes billetes para quemar en piras de depravación. Don Gato y El Fantasma del Espacio, Elmer Gruñón; un nombre eclipsó a los otros no por su importancia sino por su relación con otro nombre de mayor envergadura. Pinocho, el joven hijo del Gobernador Geppeto, quien pronto lanzaría su candidatura presidencial.

Si no fuera por el cierre del antro, Barney habría mantenido a raya su impúdica hambre y no habría cometido los terribles actos por los cuales perdió su libertad.

El lugar había dejado una larga lista de clientes hambrientos, y por tanto valía la pena verificar el tiempo libre de cada uno.

 

Papá no quería darme el teléfono del médico, no necesitaba hablar con él, aparentemente. Pasaría mañana por la noche a visitar a mamá, le dije a mi viejo, pero me respondió que no era necesario. Tomé otro trago de cerveza y colgué el teléfono impaciente con la actitud de mi padre.

Me senté en el sofá frente al televisor para ver una nota de la Rana René sobre los músicos de Bremen… sexo, drogas y rock & roll. Quiso enfocarse sobre el burro y su tórrido amorío con Josie de las gatimelódicas, pero los laureles iban al gato cuya relación homosexual con Pepé Le Pew  había casi destruido al grupo.

Escuché un ruido en el pasillo y encontré una nota debajo de la puerta. Abrí a un corredor vacío. Por la ventana, en la calle no había mayor movimiento, un par de autos y una pandilla de chicanos vendiendo drogas. Pude reconocer a Speedy González, fan de las anfetaminas, y a su primo, fan de los antidepresivos, Lento Rodríguez, quien traía pistola.

“Si sigues escarbando vas a encontrar tu propio cadáver putrefacto, imbécil,” rezaba la clara amenaza. No era la primera ni sería la última, solo otra tara de la profesión.

 

Al día siguiente en la oficina, Peter Parker llegó con las fotos de la increíble y triste historia de la Caperuza Roja y su abuela desalmada; quien la obligaba a prostituirse por comida. Lo felicité y le dije que se las llevara al jefe. Mientras esperaba la llamada de otro informante recogí del escritorio un diario sensacionalista con típicas noticias de extraterrestres, como la acusación a Marvin el marciano por mutilar las ovejas de la pequeña Bo Beep.

Apretaba el teléfono contra mi oreja antes del fin del primer timbre. Al parecer todos los sospechosos habían conseguido otros pasatiempos menos lícitos pero igual de improductivos. Don Gato había comenzado a arreglar peleas de perros; y mi espía asistió a una de las más sangrientas entre Pluto y Scooby Doo. Todos tenía su coartada, excepto uno: Pinocho. Al parecer todos los jueves se reunía sin falta con los ‘asociados’ de un gángster de poca monta en una bodega en la zona industrial.  Mi espía no pudo acercarse más por el riesgo, lo cual me dejaba a mí el trabajo sucio justo esta noche cuando se volvieran a reunir.

Penélope Pitstop se acercó a mi escritorio para invitarme a un desfile de modas esta noche, “se trata de la última colección de abrigos de Cruella DeVil. Todo el mundo va a estar allá, incluidos la pareja de diseñadores Beto y Enrique quienes presentarían el nuevo traje del emperador.”

“Aún si quisiera ir ver a esos dos babearse frente a todo el mundo, no puedo ir. Tengo un trabajo por hacer y quedé de visitar a mis padres,” le digo decepcionado al aplazar el deseo de enredarme entre su larga cabellera rubia.

“Está bien, otro día será,” me dice mientras se aleja con un coqueto contoneo.

Le di al taxista la dirección de la bodega en un pedazo de papel. Todavía era temprano y no había nadie alrededor. Me instalé en una de las partes altas cubierto por las sombras y me senté a esperar al compás de Los Banana Splits con los audífonos de mi walkman.

Cuando empezaba a dormirme unas luces inundaron por un segundo todos los rincones de la bodega. Dos automóviles habían llegado hasta la entrada. Miré el reloj y ya pasaban de la una la mañana. El tímido cabeceo resultó ser una siesta de varias horas. Mis padres debieron decepcionarse así no me esperaran.

Entraron primero Pinocho y un par de guardaespaldas, Fonzie y Yogi, dos osos antiguos luchadores. Después entraron unos pitufos y con ellos Magilla Gorilla cargando a unos niños en sus hombros. Pinocho entró con los niños a unas oficinas mientras el resto vigilaba. Pude tomar fotos todo el tiempo gracias a los ensordecedores gritos de los menores de edad.

Por vez primera las plegarias no atendidas me salvaban el pellejo.

Después de una hora Pinocho salió sucio y bañado en sudor, y le dijo algo a los pitufos mientras se retiraba. Los pitufos entraron a la oficina y unos truenos relampagueantes acallaron los gemidos de los infantes para siempre. Esperé a que todos salieran, el gorila de últimas con un par de costales manchados de rojo. Caminé por un buen tiempo para encontrar una vía principal por la cual pasara algún taxi, y encontré varios círculos de prostitución, entre los cuales estaban algunos de clase alta donde supermodelos se vendían al mejor postor, como la narcoléptica de la Bella Durmiente y la Mujer Maravilla cuyo lazo dorado era el fetiche más codiciado. Lamenté no haber traído más película fotográfica he hice una nota mental del lugar para volver otro día.

 

Llegué al apartamento con puerta abierta y la cerradura forzada. Entré pegado a la pared con movimientos lentos en busca del intruso. La luz del baño estaba encendida con la puerta entre abierta. Pateé la puerta y el juez Dredd estaba encadenado al inodoro con su sangre cubriéndole todo el rostro. Me acerqué porque al parecer todavía respiraba. Pegué el oído a su boca y con un último aliento me dijo, “Lo siento.”

Desperté mareado con un fuerte dolor de cabeza. No entendí que pasaba hasta un largo rato cuando mis ojos se enfocaron entre la oscuridad de lugar. Me mecía en el hombro del gorila mientras transitábamos por una casa de crack rodeados de adictos sin conciencia sobre la relaidad. Gritaba con todas mis fuerzas pero el ratón Mickey y Tribilín, ojos vacíos, no podían ver más allá de sus narices. Me amarraron a una silla y silenciaron con un juguete sexual. Nadie me hablaba o amenazaba. Al cuarto entraron unos pitufos y tras ellos entró Papá Pitufo, jefe de la banda.

“Espero no haberlo incomodado demasiado. No es el mejor lugar para hablar pero al menos nadie nos va a molestar,” me dijo como si estuviéramos en un café.

“¿Qué demonios quiere?,” le pregunté tan pronto removieron el juguete de mi boca.

“El rollo fotográfico y cualquier otra evidencia de lo que pasó anoche en la bodega.”

“¿Y qué si no se lo quiero entregar?,” abusé de mi suerte.

“Entonces mis asistentes lo golpearán hasta cuando el daño cerebral sea permanente.”

No tenía otra opción. No me matarían, mi desaparición no podría pasar desapercibida, “Está en mi bolsillo derecho y eso es todo.”

“Cuando Geppeto llegué a la presidencia, voy ser el titiritero, y nadie, mucho menos un cagatintas se va a interponer. Una sola palabra de esto a cualquiera, así sea a su mascota y será el hombre más solo en la tierra porque vamos a eliminar a cualquiera, amigos y familia.”

No dije nada, y asentí con entendimiento. Papá Pitufo salió con el resto de su gente y permanecí entre drogadictos a la espera de ser desatado. Una junkie me liberó tras prometerle el contenido de mi billetera.

 

Mamá siguió enferma. No pude visitar a mis padres por temor a involucrarlos.

A la semana siguiente salió en el periódico de la competencia un artículo sobre Geppeto. Junto a El Zapatero poseía fábricas en el extranjero donde duendes manufacturaban zapatillas tenis por un sueldo de esclavos. Al arruinarse la carrera política del senador, publiqué sin temor mis hallazgos. Ni los vampiros del Concejo Distrital, Blade y el Conde Contar entre ellos, podrían evitar el arresto del hijo del senador, a quien tanto le debían. Pinocho iría a la cárcel junto con los pitufos y sus horribles patrocinadores.

Estaba en el baño cuando el periódico se deslizó bajo la puerta. En el afán por recogerlo manché mi ropa interior. Abrí el periódico para buscar mi artículo, pero no lo encontré. En su lugar había un obituario.

Todo este tiempo había fabricado mi caída.

Madre había muerto a pesar de todo.

A pesar de la negación de mi padre, de todos sus cuentos de hadas y de sentarme por horas frente a la televisión.

Yo tenía diez años y entonces lo supe, algún día también iba a morir.

Mención especial Premios de Literatura (TEUC) Universidad Central 2007
Publicado en la Revista Hojas Universitarias N° 63 Julio-Diciembre 2010
 

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LOS SONIDOS DE UN FUNERAL

En este funeral nadie tiene nada agradable por decir del sujeto en el cajón.

Nadie habla, mas nadie guarda silencio.

Toc, toc, toc.

No es un sonido cualquiera. Es un estruendo absorbido por el círculo de personas rodeando coronas de flores alrededor de un ataúd en una fosa.

Algunos recordarán los graznidos de los cuervos sobre el olmo con su siempre luto involuntario. Pero no es suficiente. Todos se esfuerzan por enterrar el vacío con su versión propia del sonido de un funeral en esta tarde gris en el cementerio. Algunos lloran sin motivación, otros ocultan su risa en pañuelos secos y los más atrevidos silban tonadas tradicionales. No faltan los más groseros quienes ventilan gases de uno u otro lado a diestra y siniestra. Aprietan el culo, no para evitar el escape de sus flatulencias, sino para incrementar la intensidad de las explosiones intestinales.

No son los sonidos usuales de un funeral. Son los sonidos emitidos cuando caminamos por una calle solitaria y oscura para engañar a la soledad.

Algunos están en pugna con el silencio, otros rememoran el sonido de la muerte porque creen es lo debido en un velorio.

¿Y cuál es el sonido de la muerte?

Para los detectives forenses puede ser el zumbido infernal de cientos de moscardones azules y verdes tras la autocorrupción de un cadáver y su fermentación a cuarenta grados. El cuerpo se reblandece y los gases rompen la piel formando burbujas espumosas y pestilentes. El tañido de un triángulo metálico como invitación a los insectos necrófagos, hambrientos e insaciables.

Para Gabriela, el sonido de la muerte es el castañeo de su propia dentadura.

Taca, taca, taca.

No es el gélido relacionado con el desprendimiento de este mundo, ni porque viva en un pueblo asentado en la más frígida sabana del país, por lo que lleva guantes y bufanda a este entierro. Es por esa noche cuando el Dr. Saavedra la acostó en una camilla metálica, la fría plancha de acero en la cual comenzó a tocarla donde nadie lo había hecho y después se acostó encima de ella y la apuñaló con su carne. En el momento no lo sabía, pero cuando llegó a la adolescencia entendió como el doctor había asesinado su infancia, su pureza.

Para los intelectuales, el sonido de la muerte puede ser la melodía de las famosas misas de muerto. Réquiem. Algunas compuestas por Fauré, Duruflé, la de Gavin Bryars para su amigo, o Mozart, irónicamente en su lecho de muerte.

En el lado opuesto de la fosa, sentado sobre una corona de azucenas, Juan Esteban frota sus manos y aplaude de vez en cuando.

Clap, clap, clap.

Para J. Esteban el sonido de la muerte es el producido por el aplauso con una sola mano. No es porque se interese en la filosofía oriental o intente acallar su pensamiento. Es por la intervención del Dr. Saavedra cuando se accidentó en su moto por la vía de la plaza frente a la iglesia. El Dr. quería rebanarle su pierna izquierda ante la inminente gangrena. El joven aceptó y ahora, sigue en dos ruedas, ha vendido su motocicleta porque el buen doctor se equivocó de pierna.

Para los suicidas, el sonido de la muerte puede ser el gatillo de un arma o el resquebrajamiento de las vértebras en su cuello.

Junto a la lápida, Catalina susurra una canción de cuna mientras circula la manos por su vientre flácido.

Shu, shu, shu.

Este es su sonido de la muerte porque esa noche de diciembre algo murió dentro de ella, literalmente. El Dr. Saavedra le había practicado un aborto contra sus deseos porque el diagnóstico revelaba a un extinto feto; aún cuando ella podía sentir su frágil corazón todavía latiendo. Tum, tum, tum.

“Es por tu propio bien,” le decía el Dr. Saavedra mientras insertaba en su útero la aspiradora de sangre y huesos.

En ese pequeño pueblo, el Dr. Saavedra decidía quién vivía y quién no.

El sostenido timbre de un electrocardiograma. Como con el abuelo de los Parra,   quienes producían sus propios sonidos bajo el olmo, o como el resto de los lugareños cada uno con una deuda con el Dr. Saavedra. Todos alrededor de la fosa. Todos con un sonido distinto como un coro cada uno con una partitura diferente. Bach, Beethoven, Wagner, todo al mismo tiempo.

Todos en conspiración sin reprimir el comportamiento de sus similares por grotesco o inoportuno que fuera.

El cielo truena y empieza a llorar. Todos se retiran en lenta cadencia con sus sonidos.

Los cuervos aletean, y ya no hay nadie.

Toc, toc, toc.

Para el inhumado, el sonido de la muerte estaba para llenar el silencio de la vida. Para el Dr. Saavedra, el sonido de la muerte eran sus gritos ahogados por la lluvia y la tierra, y sus uñas desgarrándose contra la madera, y el sonido sordo de una tumba que reza: Aquí yace el Dr. Saavedra.

Mención en Concurso de Cuento Ray Loriga (Fundación Gilberto Alzate Avendaño)

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COF, COF, COF

Santa abre la puerta de su habitación en esta pensión de mala muerte. Su bata rosa entreabierta deja ver su malsana obesidad y piel manchada producto de la edad. Por sus gestos asumo que acaba de levantarse. No creo haberlo despertado y por tanto me siento ajeno a cualquier pena. Lo sigo hasta la mesa del comedor. En ella, rastros de cocaína como si hubieran cambiado el pañal a un bebé. Botellas vacías que no dejan espacio para mi maletín. Retiramos todo lo de la mesa con prontitud mientras pide buenas nuevas. No lo puedo engañar o me pondría en su lista. Las demandas en contra de los almacenes y centros comerciales no prosperan. Por mucho que quiera arruinar a esos farsantes, no puede evitar que usen su imagen cada temporada. Cientos de niños hacen cola para sentarse en las piernas de esos pederastas, como él los llama. Una prostituta adormecida sale de la alcoba. Santa la manda a la cocina a preparar algo para que no nos moleste. Explico cómo tampoco hay posibilidad de salir de los contratos por este año y habrá que esperar hasta el próximo. Refunfuña. Pasa la mano por su cara provocando un sonido carrasposo contra sus cachetes sin afeitar. Me había tomado tiempo acostumbrarme a su nuevo rostro. “Siempre puedo usar postizos como esos pederastas, ¿sabes? Es una mierda cuando comes,” recuerdo que me había dicho con anterioridad.  Sigo con mi reporte. Debe usar un nuevo modelo de trineo y reemplazar su gorro con un casco que resalte el logotipo de la Ford. Responde con una maldición y se impacienta porque sabe que no he terminado. No quiero sacar los planos de la nueva publicidad sobre el vehículo porque no deja espacio para su tradicional color rojo. En sus ojos puedo ver la nostalgia por sus antiguos renos. El dolor al recordar el día cuando los sacrificaron por una supuesta epidemia de rabia. Adiós, Dancer. Adiós, Prancer. Adiós, Donner. Adiós, Vixen. “Todo fue un complot,” me repetía. Desconfiaba y con toda razón. Le hacía caer en cuenta de Rodolfo, el pequeño reno cuya nariz roja delataba su alcoholismo del cual nunca pudo recuperarse. Trato de cambiar el tema. La prostituta se sienta a la mesa con unos huevos babosos y un café tan negro como sus bragas. Santa me interroga sobre algunos conocidos. Hago memoria en las últimas de la vida del pequeño tamborilero. De gira por los países en vía de desarrollo como señal de una carrera estancada. Frosty, el hombre de nieve, todavía representante de buena voluntad de las Naciones Unidas en África. Cada vez más demacrado por el intenso calor. Evito hablar sobre ella. Santa se las arregla para formular la pregunta sin que suene como algo personal. Le comento que la Sra. Claus se ha vuelto a hacer otra cirugía en el rostro. “Esa bruja debe lucir como una de las tantas muñecas que regalo,” irrumpe con tono burlesco. Sonrío para no ser descortés. Repite, siempre desde el divorcio, que no quiere volver a verla cuando vaya a recoger el vehículo en el polo norte. Con su tradicional generosidad, Santa me ofrece un puro mientras enciende uno para él. Lo acepto y me extraña que sea cubano, mas no inicio una conversación al respecto. Lo guardo para encenderlo frente a los idiotas de la oficina. Saco la factura por vigilancia de los satélites de la Central de Inteligencia. Vuelve a maldecir. Quiere saber si no se puede amortiguar con los ingresos del merchandising y niego con la cabeza a riesgo de parecer pretencioso.  “Entre el gobierno y los malditos publicistas mataron  la navidad,” comenta.“¿Qué quiere, Sr. Claus, vigilar un billón de niños no es tarea fácil, mucho menos económica? Además, en otros países siempre promocionan la temporada de forma distinta según la costumbre,” respondo sin ofender. Cambia de tema y me pregunta qué quiero para navidad. Bromeo al decir que un cliente menos deprimente. Debo tener cuidado de lo que pido porque bien podría obtenerlo. Aspira el humo. Cada vez que tose puedo escuchar en el fondo esa contagiosa risa que me asaltaba cuando niño. “Cof, Cof, Cof…,” repite como si fuera a escupir un pulmón.Recuerdo el paquete anónimo de la conversación por teléfono y lo entrego. Me dice que es un regalo para él mismo por su retiro. Divago sobre las posibilidades de quién lo podría reemplazar. Pregunto sin mayor ánimo porque creo que no le debe importar. “Cualquier marica diseñador haría un casting de modelos con abdominales como mesa de planchar,” contesta. En mi cabeza se forma la imagen de un Santa anoréxico atiborrando las medias sobre las chimeneas con malteadas proteínicas. Eso me lleva a recordar mi cita en el gimnasio por la tarde.  Me quedo solo con la prostituta. Santa, dentro del baño, se niega a abrir el paquete en nuestra presencia. La explosión sacude mis tripas. El estruendo hace derramar todo el café sobre la piel cobriza de la mujer. Ambos, asustados, abrimos la puerta del baño mientras invocamos a Santa. La puta suelta un alarido audible en todo el hotel. Le insisto en llamar a la policía porque en esta pensión no deben ser raros los tiros o los gritos. No me atrevo a entrar al baño para no desacomodar el cuerpo. Las órbitas de sus ojos confirman que oficialmente es un cadáver. Me he acostumbrado lo suficiente a escenas como esta en mi profesión. Permanezco con los nervios destrozados por unos momentos. Aterrizo a la realidad y me permito consultar mi reloj. Le digo a la prostituta que tengo una cita a la cual no puedo faltar. Ella permanece sentada, impávida, tratando de encontrar el significado de lo que acabamos de atestiguar. La dejo no sin antes entregarle una de mis tarjetas para la policía. La verdad, no me quedo para evitar el circo de los medios de comunicación.Cuando camino por el pasillo me asalta la imagen de Santa. Lo macabro de todo no es la sangre que escurría en el sucio baldosín tras su cabeza agujereada, sino el arma calibre .38 con un pequeño lazo rojo atado al cañón.

Publicado en la Revista Shock Dic-Ene del 2005

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LA MENTIRA

Los hombres comprendieron la fuente de su infelicidad: la mentira. Levantaron la vista al cielo y rogaron a Dios por su exterminio;  Él accedió.

El mundo jamás había sido un lugar más miserable. El caos y la desdicha se apoderaron del alma humana. La historia se convirtió en el relato hecho por los triunfadores. Los próceres bajaron de sus pedestales, su lado humano más horrible que el significado de sus actos. Los gobiernos colapsaron en un mar de fuego creado por la ira de los ciudadanos, quienes vieron por fin cómo su clase dirigente no hacía más que señalar el camino al infierno. Los votantes ahora podían ver a través de las promesas ya rotas de los candidatos, de tal forma que un cambio de gobierno era inútil. La anarquía parecía la única solución para esta nueva condición humana. Las factorías y empresas cerraron cuando empleados y empleadores no pudieron sostener más el halo de falso respeto y consideración;  los amigos veían ahora las segundas intenciones de quienes supuestamente les tendían la mano; las amigas no podían mantenerse calladas y se menospreciaban entre sí; los hombres no podían dirigirse a una mujer sin un comentario lascivo. En las familias los esqueletos salían de los armarios para atormentar con su pasado y los apellidos se remplazaban  con apelativos como pederasta, alcohólico y asesino.

Toda institución humana  fundada sobre “la verdad” estaba sentenciada a la extinción.

Arrepentidos, los hombres volvieron su mirada al cielo una vez más y rogaron a Dios por  la mentira, rogaron por usar las máscaras que los hacía sentirse libres; rogaron una vez más por un milagro… pero Dios había desaparecido.

Publicado en ‘El Jardín del Dragón’  © 2003.

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