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Reseña: LIFE MOVES PRETTY FAST

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Luego de la reseña de House of psychotic women pensé comentar alguna de las memorias de las actrices y comediantes Lena Dunham o Amy Schumer… para alegrar el ambiente. Pero como explicaré en una entrada futura, dichos libros no hacían sino continuar la premisa original de Kier La-Janisse. Igual no me doy por vencido con el otro sexo, y decidí escribir sobre otra obra que comparte algunas características con el de La-Janisse: ambos son escritos por mujeres obsesionadas por el cine, y en ambos comentan anécdotas autobiográficas. Sin embargo, mientras uno se va por la enfermedad mental y el cine de terror y explotación, el otro reflexiona sobre las películas de los ochenta.

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Portada edición inglesa

A riesgo de sonar como una anciana, la periodista americana Hadley Freeman pregunta: por qué ya no hacen películas como en los años ochenta. Cualquiera respondería que, en efecto, todavía se producen descaradas películas de acción sobrecargadas de testosterona, rosáceas y vomitivas comedias románticas, vulgares comedias picarescas, etc. Pero no es de este tipo de filmes que Freeman habla, sino de los entretenidos clásicos de uno u otro género que plantean importantes lecciones de vida en un determinado contexto social y político. Tal vez la autora sufra de lo mismo que el personaje de Owen Wilson en la extraordinaria Medianoche en Paris de Woody Allen, un típico caso de exacerbada nostalgia retroactiva: donde se tiende a pensar que todo tiempo pasado fue mejor por la tendencia a ver en el presente una continua decepción (lo cual se explica porque el tiempo siempre filtra lo mejor de antaño, a pesar de que también en el pasado hubo malos artistas, tecnología disfuncional y pésimos hábitos). Freeman tiene su propia denominación aplicada a toda la cultura: “la regla de los treinta años”, porque es la cantidad de tiempo que le toma a un producto popular para ser redescubierto como una gran obra de la época. Con un responsable trabajo periodístico, pero en un tono ligero y divertido, así como también reflexivo y entusiasta, Freeman logra exponer las tendencias actuales de la cartelera globalizada, y a su vez explicar por qué algunas de las cintas más entrañables de los ochenta lograron perdurar en el tiempo y convertirse en referentes populares. Aunque los filmes de gran relevancia artística tienen su mérito y lugar en el canon, el libro gira en torno al tipo del cual nos obligamos a ver una y otra vez como adictos. Incluso cuando diversas tendencias revelan un incipiente sexismo y racismo en la trama de algunos de ellos (en algunas comedias, una violación no pasa de ser una excusa para un broma, o un medio para que dos personajes se junten al final).

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Portada edición canadiense

Desde la introducción, la autora nos invita a entender una diferencia crucial entre los filmes de los ochenta y la actualidad: la mano de los estudios. Los años setenta fueron la ‘era del autor’; directores como Robert Altman y Michael Cimino tenían la vía libre para explorar su genio y creatividad sin intervención de los estudios. Pero luego de algunos sonados fracasos y el advenimiento del blockbuster gracias filmes como Star Wars y Tiburón a finales de la década, los ochenta se convirtieron en la ‘era del productor’. El entretenimiento y las ganancias se impusieron a la búsqueda artística, lo cual no era del todo malo si se considera que dicha política produjo una buena cantidad de filmes memorables. Además del factor económico, Freeman señala que las razones por las que ya no se hacen películas como las de los ochentas son, las cambiantes actitudes sociales y la evolución del orden mundial. En la actualidad y desde el inicio de los noventas, Hollywood vive en la “era corporativa” debido a la compra de los estudios por inmensos conglomerados internacionales. Si antes a los estudios les interesaba hacer una buena película para ganar dinero, ahora como una pequeña parte de la inmensa maquinaria mediática, solo les interesa ganar dinero sin importar la calidad de los productos. Prueba de ello son las últimas entregas de Transformers, hechas casi en exclusiva para el mercado chino, que junto al resto del internacional, representan la mayor fuente de ingresos. Las sagas se vuelven las grandes apuestas de los estudios, quienes prefieren invertir cientos de millones de dólares en una sola película para ganar miles de millones, y garantizar la fidelidad del público con nombres reconocidos de la literatura juvenil (Crepúsculo, Los juegos del hambre, Harry Potter), las historietas (Los universos cinematográficos de Marvel y DC), o el cine de antaño (Star Trek y Star Wars).

80s-moviesEn el primer capítulo, Freeman habla sobre las lecciones morales imbuidas en Dirty Dancing. La guionista del filme, Eleanor Bergstein, logra que no veamos el bosque por los árboles, o mejor dicho, que no veamos la defensa integral a los derechos sexuales de la mujer por la música, el baile, y el drama de la entretenida historia de la iniciación sexual de una joven chica judía en los años sesenta. En principio, el filme se cuenta desde el punto de vista de Baby (Jennifer Gray) quien no se avergüenza en su deseo por conquistar y seducir a Johnny (Patrick Swayze). La visión de la sexualidad femenina en su carácter físico, con todas sus incómodas implicaciones, es la razón por la cual muchos críticos masculinos descalificaron la película en su estreno, y por qué la produjo una mujer luego que los ejecutivos de la MGM odiaran el proyecto. Mientras una película de los ochenta, situada en los sesenta, enseña la perogrullada que las mujeres jóvenes disfrutan del sexo, en los filmes actuales:

«…una chica que tenga relaciones sexuales –o quiera tenerlas- corre el riesgo que sea devorada por su novio y comida desde adentro por un bebé vampiro (Bella en Crepúsculo). En el mejor de los casos, la chica termina con un severo daño emocional (Las ventajas de ser invisible) o se vuelve una paria ante el resto del mundo (Easy A).»

Mientras en los setenta se inició la tendencia de la Final girl con Halloween, donde la virgen escapa del maniático que asesina a todas las amigas promiscuas, la tendencia actual es a destruir a las jóvenes desde adentro. Es casi imposible encontrar en la actualidad películas donde se muestre una exploración realista de la sexualidad femenina en Hollywood, pues ahora los filmes para adolescentes se limitan a una visión picaresca (estilo Porky’s, como en American Pie o Superbad), y desde el punto de vista masculino (Dejo el énfasis en Hollywood, pues en el resto del mundo hay ejemplos magistrales como La vie de Adelé o Jeune et Jolie). Más allá de la sexualidad femenina, el corazón de Dirty Dancing recae sobre la defensa del aborto legal. Como en otros tantos filmes de los ochenta, uno de los personajes se embaraza por accidente y decide tener un aborto sin ser juzgada dentro de la historia. En la actualidad, los personajes no consideran la opción del aborto (Knocked up), o los disuaden como si fuera una opción moral superior (Juno, donde el personaje de Ellen Page sale de la clínica luego de influenciarse por el comentario de una manifestante que le dice que el feto ya tiene uñas). Mientras el sexo parece una actividad divertida en el mundo cinematográfico de los ochenta, ahora se presenta como algo complicado y desastroso, en especial para las mujeres. No es de extrañarnos que haya toda una generación de jóvenes japoneses, influenciados por la cultura americana, que repudian el sexo y cualquier forma de intimidad física (fuente). Cuando se creía que Hollywood estaba en la cima del progresismo, filmes como Crepúsculo o Los juegos del hambre glorifican la violencia y el asesinato, mientras devalúan el sexo por considerarlo peligroso o inconveniente. Con la historia de Dirty Dancing, Eleonor Bergstein quiso mostrar a una generación de mujeres que el compás moral en el sexo debe nacer a partir de la inmersión honesta y valiente al mundo físico. Por otra parte, Hollywood no tiene ningún interés en enseñar este tipo de lecciones, como lo demuestra la innecesaria secuela Dirty Dancing: Havana Nights, escrita por un hombre como un proyecto aparte que no tenía nada que ver con la original, excepto el factor telenovelesco de niña rica/muchacho pobre.

Para el segundo capítulo, Freeman explora la fantasía romántica The Princess Bride, por la cual están obsesionados todas las personas que la autora conoce de su generación. Este filme es tan complaciente, que hasta el Papa Juan Pablo II y Bill Clinton le confesaron al actor Cary Elwes, protagonista masculino, que amaban el filme. La autora bromea que lo anterior demuestra su atractivo, pues apela tanto a santos como pecadores (cada quién decidirá cuál es cuál). Una de las lecciones más importantes del filme está en la sutileza del tratamiento de la diferencia entre el bien y el mal. Mientras algunos de los grandes villanos cinematográficos empezaron en el bando de los buenos y tomaron una decisión equivocada que marcó el resto de su vida (o los destinó al lado oscuro); en Princess Bride se muestra, gracias al personaje de Íñigo quien busca vengar la muerte de su padre y el gigante Fezzik, que algunas personas siguen siendo buenas de corazón a pesar de cometer acciones malvadas, tienen una historia propia y son capaces de amar. ¿Qué otro cuento de hadas le enseña a grandes y chicos que el mundo no es solo blanco y negro, sino muchos tonos de gris? La historia original nació como un cuento para las hijas del guionista, quien al pedirles un tema, una dijo “princesas” y la otra “novios”, de ahí el título: El novio de la princesa. El filme encontró su público en video, debido a que no registró con fuerza en la taquilla al momento del estreno, razón en parte a la ignorancia del estudio sobre cómo vender una película familiar con géneros mezclados (suena un poco a la debacle de Shyamalan con Lady in the water que fue vendida como un terrorífico thriller a pesar de ser un cuento de hadas, también escrito para los hijos del director). El éxito de la Pixar y de actualizaciones modernas a los cuentos de hadas, como Enchanted, le deben mucho a Princess Bride. Pero entre los aspectos que hacen al filme único está su encanto universal, agrada a jóvenes y adultos al mismo nivel, sin rebajarse a ser indulgente con los niños, ni ser irónico con insinuaciones solo para adultos. El filme además muestra la diversidad del amor reflejada entre un nieto y su abuelo, dos amantes, dos amigos, el espectador y el arte de contar historias, etc. Es un filme “puro y sincero”, imposible de hacer ahora en una época tan corrupta y cínica, donde todo efecto es generado por computador, no se confía en el talento sino la popularidad de los actores, y siempre debe haber alguna referencia a la cultura popular en un continuo ejercicio de autofagia.

 

Uno de los cineastas más populares de la década de los ochenta, quien recibió un homenaje póstumo en los Oscar hace algunos años, fue John Hughes. Director, productor y guionista, Hughes fue responsable por algunas de las comedias y cintas para adolescentes más memorables como The Breakfast club y Home Alone. No es de extrañar que en el libro de Freeman se aborde no una sino dos de sus cintas. Pretty in pink fue escrita y producida por Hughes, más dirigida por Howard Deutch, y cuenta la historia de Andie (Molly Ringwald), una chica de estrato bajo (a pesar de tener su propio carro), quien debe decidirse entre su amor de la infancia Duckie (Jon Cryer) y un apuesto y sensible chico de un extracto social superior, Blane (Andrew McCarthy). Freeman le reconoce a Hughes la importancia de su rol en la evolución de los papeles femeninos en Hollywood. Mientras en los cincuenta los filmes se enfocaban en el tormento de hombres jóvenes (Rebelde sin causa, The Wild one), en los sesentas se le dio más importancia a las chicas pero solo para mostrarlas ligeras de ropa. En los setenta eran las heroínas o víctimas del género del terror (Halloween, Viernes 13) o versiones sentimentales de épocas anteriores (American Graffiti, Grease). john-hughesGracias de Hughes, desde los ochenta las mujeres jóvenes empezaron a disfrutar de papeles protagónicos con personajes interesantes y tridimensionales. En el caso de Andie, la lección de su historia es que las chicas excéntricas no necesitan un cambio de imagen. Una larga línea de filmes para jóvenes en los noventa y hasta la actualidad, le enseñan a las jovencitas que un viaje a la estética, la peluquería y un almacén de ropa de moda es todo lo que se necesitan para convertirse en las protagonistas de su historia. Heroínas actuales como Bella en Crepúsculo, son tan pasivas que cambian de especie para seguir con su novio (de humano a vampiro), o confunden fortaleza física con emocional como Katniss en Los juegos del hambre. Freeman aprovecha en este apartado para realizar una incisiva crítica a las producciones de Hollywood que creen que un tono oscuro es sinónimo de profundidad (te estoy vigilando Zack Snyder, pero ya no tus películas), y aunque los personajes femeninos de los filmes mencionados con anterioridad arriesgan sus vidas a todo momento, no es lo mismo que las protagonistas de los filmes de Hughes con los cuales cualquiera se identifica por la sencillez de los problemas y el detalle de sus vidas. El cambio de imagen de los noventas para adelante es una forma de decirles a las jóvenes que deben estar sexualmente disponibles y conformarse con la moda de la época. Cambiar para los hombres, lo contrario a la celebración del estilo único y el “ser uno mismo” que promulgan los filmes de los ochenta para ambos géneros. La autora comenta que si Pretty in pink se produjera para el público actual, se contaría la historia desde el punto de vista de Blane y Andie no pasaría a ser sino otra Manic dream pixie girl (ver entrada Gamergate). Hughes fue un perpetuo adolescente que entendía y tomaba en serio a los jóvenes, por lo cual tuvo éxito en su carrera y se mantuvo durante mucho tiempo en tal nicho porque, según lo cita la autora:

“Una de la maravillas a esa edad es que las emociones están más expuestas y a flor de piel… A esa edad se siente bien tanto cuando se está bien como cuando se está mal.”

Aunque en Pretty in pink hay una clara indagación de la clase social como factor influyente en las relaciones entre los jóvenes; en otro capítulo dedicado a Ferris Bueller’s Day Off, la autora explica el impacto que tiene esta temática en el desarrollo personal. Como aspecto predominante en la obra de Hughes, en Ferris Bueller, la cual escribió y dirigió, la clase social no parece esencial en la trama debido a su tono fabulesco. Sin embargo, es claro que la visión idealizada de la adolescencia en el personaje interpretado por Matthew Broderick contrasta con el de Alan Ruck, quien proviene de una familia acaudalada, con unos padres ausentes, más preocupados por lo material que por el bienestar de su hijo. En otras palabras, en un entorno privilegiado, si los hijos no terminan como unos imbéciles, al menos uno de los padres seguramente lo fue. He aquí un collage de las películas de John Hughes por cortesía de Movieclips Trailers:

En el capítulo dedicado a Cuando Harry conoció a Sally, Freeman explora las razones del por qué la comedia romántica se encuentra prácticamente muerta, por lo menos en el sentido del buen gusto. La razón fundamental para ello es que a Hollywood de dejó de importar un comino las mujeres. Punto. La autora repasa a nivel histórico el género para demostrar que desde sus inicios en los años cuarenta con cintas como The Philadelphia Story hasta Annie Hall en los setentas, este tipo de filmes tenían una fuerte carga feminista. En los ochentas hubo una afluencia de comedias románticas protagonizadas por mujeres, reconocidas tanto por la crítica como el público. El apogeo llegó con Harry & Sally, y a pesar del mensaje en el filme sobre la creencia del personaje de Billy Crystall en la imposibilidad entre hombres y mujeres para ser amigos, original de Oscar Wilde, la guionista Nora Ephron tenía otra idea en mente:

“A lo que se refiere “Cuando Harry conoció a Sally”… es en realidad sobre cuán diferentes son los hombres y la mujeres. La verdad es que los hombres no quieren a las mujeres como amigas. Los hombres no entienden a las mujeres, y no les importan mucho. Quieren a las mujeres como, esposas, amantes, madres, pero no les interesan para una amistad. Ya tienen amigos, otros hombres. Hablan con ellos sobre deportes, y no tengo idea de qué más. Las mujeres, por otro lado, se mueren por tener de amigos a los hombres. Las mujeres saben que no entienden a los hombres, y les molesta: y piensan que si pudieran tenerlos de amigos, podrían entenderlos, aún mas (su error más grave), que eso ayudaría en algo.”

When Harry Met Sally

Así como con otros ejemplos del libro, uno de los éxitos del filme fue el basarse en personas reales para los personajes de Harry y Sally, versiones tergiversadas del director Rob Reiner y la guionista misma. Uno de los ejemplos más dicientes es el mejor personaje femenino que creó Woody Allen: Annie Hall, basado en su exnovia Diane Hall, mejor conocida como Diane Keaton. Todo a va a una de las mejores reflexiones de Freeman en el libro y una de las claves para entender la trascendencia de los filmes de los ochenta en cuanto a la identificación con el público:

“Cualquiera que crea que un autor hace trampa si usa la vida real para inspirarse en la ficción, es un tonto. La vida real es con frecuencia lo que le da a la ficción su verdad, y la buena ficción, por su parte, nos ayuda a entender la vida real.”

Una de las revelaciones que le dio el personaje de Sally a la autora es el hecho que sentirse miserable no era un indicador de ser profunda, sino de que se arruinaba la vida. Pero todo es gracias a la profundidad y realismo del tipo de personaje que se ha convertido en una especie en vía de extinción en Hollywood. Por un lado debido a la pereza de los guionistas masculinos al afirmar que no saben escribir diálogos para mujeres, y por el otro por la influencia de los mercados extranjeros donde el género no prospera. Aquí un video parodia de Plaza Sésamo para enseñar a los niños a esperar su turno en la fila (incluye escena en el restaurante) (en inglés).

En mi capítulo favorito se explora uno de mis filmes favoritos (por eso es mi capítulo favorito, y no por el hecho que también se discute la gran cantidad de homoerotismo en los filmes de los ochenta, desde Lost Boys hasta Top Gun): Los cazafantasmas. Acusado de sexismo, el guionista original buscaba una lucha de opuestos: masculino contra femenino, Apolíneo contra dionisíaco, agua contra fuego, etc. El problema fue la enfatización de la distinción de géneros en el resultado final: cuatro hombres corren por la ciudad atrapando versiones demoníacas de mujeres que dejan a su paso fluidos corporales en la forma de ectoplasma viscoso. No es de extrañar la reacción tan negativa que obtuvo en Internet el remake con el elenco femenino al subvertir el orden natural de las ideas, primero por el tráiler y luego en las reseñas. Freeman asaltó a Bill Murray en un evento para preguntarle por la razón a la trascendencia del filme, a lo cual sin atisbo de grandeza o engreimiento el actor de Perdidos en Tokio contestó: la amistad. Esta es la esencia del filme así como de otras geniales comedias de la época, la demostración de cómo ser un adulto que tiene sus momentos infantiles (contrario a un inmaduro en el papel de eterno adolescente como básicamente encarna Adam Sandler su papel en todas las comedias), y un buen amigo. En lo personal, siento que Los Cazafantasmas nos enseña que no debemos temer a confrontar la muerte cuando tenemos a un amigo a nuestro lado.

El reverso a la masculinidad del capítulo anterior está en la exploración del capítulo sobre Magnolias de Acero o cómo las mujeres son interesantes. El filme Atracción Fatal posó un aura de desprestigio sobre la feminidad en los ochenta con su mensaje de cómo las amas de casa deberían dispararles a las mujeres independientes y trabajadoras que al cumplir unos “decrépitos” 36 años se volvían roba maridos pues no tenían hijos (Freeman enfatiza que sin exagerar este es el literalmente la lección de la obra de Adrian Lyne). No obstante la popularidad del filme recién mencionado, los ochenta tuvo una gran cantidad de películas para mujeres, en particular Magnolias de acero, la cual muestra, como otros clásicos feministas, que la vida cotidiana de las mujeres también es interesante. De nuevo, la premisa de Freeman es que los estudios ya no solo dejaron las realizaciones de este tipo, y ahora lanzan ‘películas negativas de hermandad femenina’, en las cuales las mujeres se odian y pelean por los hombres hasta la mutua humillación. Algunos ejemplos son Bride Wars, The Other woman, He’s just not that into you, etc.

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En los otros capítulos, la autora habla sobre la importancia de los padres en el filme Back to the future; el exceso de seriedad aplicado a los filmes de superhéroes en la actualidad (que tome nota DC) al contrario de la serena displicencia de Tim Burton en la original Batman (por algo fue un éxito mundial, por ser divertida); y el rol de Eddie Murphy en trascender el aspecto racial en Hollywood a partir de Beverly Hills Cop. Al final de cada capítulo, Freeman no puede evitar dejar salir su eterna adolescente y elabora diferentes tipos de listas sobre la cinematografía de los ochentas. Estos son algunos ejemplos (no la puedo criticar, mi blog está lleno de listas en la parte inferior): El Top diez de las mejores baladas en las bandas sonoras de filmes ochenteros, Los mejores diez momentos sobre moda, las diez mejores frases, los cinco mejores villanos británicos, etc.
Uno de los placeres de leer el libro fue el visionado de las películas luego de cada uno de los capítulos citados para completar el ejercicio de apreciación. Al tener un contexto y un análisis específico, los filmes se elevan por encima de la simple nostalgia, y cobran sentido en cuanto a su popularidad y gusto personal. Porque ver cine es un placer por sí solo, pero cuando se ve con un propósito más alto, es casi como la diferencia entre tener relaciones sexuales y hacer el amor. Aunque es obvio que ir al cine solo por diversión no tiene nada de malo, lo mismo que el sexo sin amor, o como diría el genial Woody Allen:

“El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero en cuanto a experiencias vacías, es la mejor de todas”.

Para terminar, la presentación del libro en el festival de Edimburgo por la autora (en inglés):

Nota actualizada al 2022: El libro se editó en español por Blackie Books bajo el título de The Time of my life: un ensayo sobre cómo el cine de los ochentanos enseñó a ser más valientes, feministas y humanos. Como raro, el libro ya está agotado y fuera de impresión.

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